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nuevo maldije mi ventura, y llamé a la muerte a voces; y eran tales los sentimientos que hacía, que mi amo, enfadado de oirme, con un grueso palo me amenazó que si no callaba me maltrataría; reprimí las lágrimas, recogí los suspiros, creyendo que con la fuerza que les hacía reventarían por parte que abriesen puerta al alma, que tanto deseaba desamparar este miserable cuerpo; mas la suerte, aun no contenta de haberme puesto en tan encogido estrecho, ordenó de acabar con todo, quitándome las esperanzas de todo mi remedio, y fué que en un instante se declaró la borrasca que ya se temía, y el viento que de la parte de mediodía soplaba y nos embestía por la proa comenzó a reforzar con tanto brío, que fué forzoso . volverle la popa y dejar correr el bajel por donde el viento quería llevarle.

Llevaba designio el arraez de despuntar la isla y tomar abrigo en ella por la banda del Norte; mas sucedióle al revés su pensamiento, porque el viento cargó con tanta furia, que todo lo que habíamos navegado en dos días, en poco más de catorce horas nos vimos a seis millas o siete de la propia isla de donde habíamos partido, y sin remedio alguno íbamos a embestir en ella, y no en alguna playa, sino en unas muy levantadas peñas que a la vista se nos ofrecían, amenazando de inevitable muerte nuestras vidas; vimos a nuestro lado la ga leota de nuestra conserva, donde estaba Leonisa, y todos sus turcos y cautivos remeros haciendo fuerza con los remos para entretenerse y no dar en las