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tuvo sin darle fin ni a la copla ni a la sentenciapor no ofrecérsele tan de improviso los consonantes necesarios para acabarla; mas el otro caballero que estaba a su lado y había oído los versos, viéndole suspenso, como si le hurtara la media copla de la boca, la prosiguió y acabó con las mismas consonancias. Y esto mismo se me vino a la memoria cuando vi entrar a la hermosísima Leonisa por la tienda del bajá, no solamente escureciendo los rayos del sol si la tocaran, sino a todo el cielo con sus estrellas.

—Paso, no más—dijo Mahamut—; detente, amigo Ricardo, que a cada paso temo que has de pasar tanto la raya en las alabanzas de tu bella Leonisa, que, dejando de parecer cristiano, parezcas gentil; díme, si quieres, esos versos o coplas, o como los llamas, que después hablaremos en otras cosas que sean de más gusto, y aun quizá de más provecho.

En buen hora—dijo Ricardo—, y vuélvote a advertir que los cinco versos dijo el uno, y los otros cinco el otro, todos de improviso, y son éstos:

Como cuando el sol asoma por una montaña baja, y de súpito nos toma, y con su vista nos doma nuestra vista, y la relaja; Como la piedra balaja que no consiente carcoma, tal es el tu rostro, Aja, dura lanza de Mahoma, que las mis entrañas raja.