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Bien me suenan al oído—dijo Mahamut—, y mejor me suena y me parece que estés para decir versos, Ricardo, porque el decirlos o el hacerlos requiere ánimos de ánimos desapasionados.

—También se suelen—respondió Ricardo—llorar endechas, como cantar himnos, y todo es decir versos; pero, dejando esto aparte, dime: ¿qué piensas hacer en nuestro negocio?, que puesto que no entendí lo que los bajáes trataron en la tienda, en tanto que tú llevaste a Leonisa, me lo contó un renegado de mi amo, veneciano, que se halló rresente, y entiende bien la lengua turquesca; y lo que es menester ante todas cosas es buscar traza cómo Leonisa no vaya a mano del Gran Señor.

Lo primero que se ha de hacer—respondió Mahamut es que tú vengas a poder de mi amo; que esto hecho, después nos aconsejaremos en lo que más nos conviniere.

En esto vino el guardián de los cautivos cristianos de Hazán, y llevó consigo a Ricardo; el cadí volvió a la ciudad con Hazán, que en breves días hizo la residencia de Alf, y se la dió cerrada y sellada, para que se fuese a Constantinopla; él se fué luego, dejando muy encargado al cadí, que con brevedad enviase la cautiva, escribiendo al Gran Señor de modo que le aprovechase para sus pretensiones. Prometióselo el cadí con traidoras entrañas, porque las tenía hechas ceniza por la cautiva; ido Alí lleno de falsas esperanzas, y quedando Hazán no vacío dellas, Mahamut hizo de modo que Ricardo vino a poder de su amo; íbanse