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con cuerdas el uno con el otro; púsome a mí entre ellos, desnudóse luego, y tomando otro barril entre los brazos, se ató con un cordel el cuerpo, y con el mismo cordel dió cabo a mis barriles, y con grande ánimo se arrojó a la mar, llevándome tras sí; yo no tuve ánimo para arrojarme, que otro turco me impelió y me arrojó tras Yzuf, donde caf sin ningún sentido, ni volví en mí hasta que me hallé en tierra en brazos de dos turcos, que vuelta la boca al suelo me tenían, derramando gran cantidad de agua que había bebido; abrí los ojos, atónita y espantada, y vi a Yzuf junto a mí, hecha la cabeza pedazos, que, según después supe, al llegar a tierra dió con ella en las peñas, donde acabó la vida; los turcos asimismo me dijeron que tirando de la cuerda me sacaron a tierra casi ahogada; solas ocho personas se escaparon de la desdichada galeota; ocho días estuvimos en la isla, guardándome los turcos el mismo respeto que si fuera su hermana, y aún más; estábamos escondidos en una cueva, temerosos ellos que no bajasen de una fuerza de cristianos que está en la isla, y los cautivasen; sustentáronse con el bizcocho mojado que la mar echó a la orilla, de lo que llevaban en la galeota, lo cual salían a coger de noche; ordenó la suerte, para mayor mal mío, que la fuerza estuviese sin capitán, que pocos días había que era muerto, y en la fuerza no había sino veinte soldados; esto se supo de un muchacho que los turcos cautivaron, que bajó de la fuerza a coger conchas a la marina; a los ocho días llegó a aquella