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costa un bajel de moros que ellos llaman caramuzales; viéronles los turcos, y salieron de donde estaban, haciendo señas al bajel, que estaba cerca de tierra, tanto, que conoció ser turcos los que los llamaban; ellos contaron sus desgracias, y los moros los recibieron en su bajel, en el cual venía un judío, riquísimo mercader, y toda la mercancía del bajel o la más era suya; era de barraganes y alquiceles, y de otras cosas que de Berbería se llevan a Levante. En el mismo bajel los turcos se fueron a Tripol, y en el camino me vendieron al judio, que dió por mí dos mil doblas, precio excesivo, si no le hiciera liberal el amor que el judío me descubrió; dejando, pues, los turcos en Tripol, tornó el bajel a hacer su viaje, y el judío dió en solicitarme descaradamente; yo le hice la cara que merecían sus torpes deseos; viéndose, pues, desesperado de alcanzarlos, determinó de deshacerse de mí en la primera ocasión que se le ofreciese; y sabiendo que los dos bajáes Alf y Hazán estaban en aquesta isla, donde podía vender su mercaduría tan bien como en Xío, en quien pensaba venderla, se vino aquí con intención de venderme a alguno de los bajáes, y por eso me vistió de la manera que ahora me ves, por aficionarles la voluntad a que me comprasen; he sabido que me ha comprado este cadí para llevarme a presentar al Gran Turco, de que estoy no poco temerosa; aquí he sabido de tu fingida muerte, y séte decir, si lo quieres creer, que me pesó en el alma, y que te tuve más envidia que lástima, y no por quererte mal, que ya que soy