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desamorada, no soy ingrata ni desconocida, sino porque habías acabado con la tragedia de tu vida.

—No dices mal, señora respondió Ricardo— si la muerte no me hubiera estorbado el bien de volver a verte; que ahora en más estimo este instante de gloria que gozo en mirarte, que otra ventura, como no fuera la eterna, que en la vida o en la muerte pudiera asegurarme mi deseo: el que tiene mi amo el cadí, a cuyo poder he venido por no menos varios accidentes que los tuyos, es el mismo para contigo que para conmigo lo es el de Halima; hame puesto a mí por intérprete de sus pensamientos; acepté la empresa no por darle gusto, sino por el que granjeaba en la comodidad de hablarte; porque veas, Leonisa, el término a que nuestras desgracias nos han traído, a ti a ser medianera de un imposible que en lo que me pides conoces, a mí a serlo también de la cosa que menos pensé, y de la que daré por no alcanzaria la vida, que ahora estimo en lo que vale la alta ventura de verte.

—No sé qué te diga, Ricardo—replicó Leonisa—ni qué salida se tome al laberinto donde, como dices, nuestra corta ventura nos tiene puestos; sólo sé decir que es menester usar en esto lo que de nuestra condición no se puede esperar, que es e!

fingimiento y engaño, y así digo que de ti daré a Halima algunas razones que antes la entretengan que desesperen; tú de mí podrás decir al cadí lo que para seguridad de mi honor y de su engaño vieres que más convenga; y pues yo pongo mi ho-