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Preciosica, canta el romance que aquí va porque es muy bueno, y yo te daré otros de cuando en cuando, con que cobres fama de la mejor romancera del mundo.

—Eso aprenderé yo de muy buena gana—respondió Preciosa; y mire, señor, que no me deje de dar los romances que dice, con tal condición, que sean honestos; y si quiere que se los pague, concertémonos por docenas, y docena cantada, y docena pagada; porque pensar que le tengo de pagar adelantado es pensar lo imposible.

—Para papel siquiera que me dé la señora Preciosica—dijo el paje, estaré contento; y más, que el romance que no saliere bueno y honesto, no ha de entrar en cuenta.

A la mía quede el escogerlos—respondió Preciosa.

Y con esto se fueron la calle adelante, y desde una reja Ilamaron unos caballeros a las gitanas.

Asomóse Preciosa a la reja, que era baja, y vió en una sala muy bien aderezada y muy fresca muchos caballeros que, unos paseándose y otros jugando a diversos juegos, se entretenían.

—¿Quiérenme dar barato, ceñores?—dijo Preciosa, que, como gitana, hablaba ceceoso, y esto es artificio en ellas, que no naturaleza.

A la voz de Preciosa y a su rostro, dejaron los que jugaban el juego, y el paseo los paseanles, y los unos y los otros acudieron a la reja por verla, que ya tenían noticia della, y dijeron: