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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

tales que la tranquila observación no puede procurar.

En aquella época no podía menos de notar y admirar (aun cuando su rica idealidad me hubiera preparado á esperarlo), una habilidad analitica peculiar en Dupin. Parecía experimentar, además una vivísima delicia en esos ejercicios — aunque no en su ostentación — y no vacilaba en confesar el placer que asi podia procurarse. Se jactaba conmigo, con una sonrisita de satisfacción, de que muchos hombres, tenían para él «ventanas» en sus pechos, y acostumbraba dar á tales acciones pruebas inmediatas, y sorprendentes de su intimo conocimiento de mí mismo. Su aspecto, en esos momentos, era frío y abstraido; sus ojos carecian de expresión, mientras, su voz, habitualmente de tenor, subía hasta un tiple que hubiera parecido petulancia á no haber sido por la gravedad y la entera claridad de la enunciación.

Observándole en esa disposición de ánimo, quedaba yo mismo meditando sobre la vieja filosofía de la doblealma, y me divertia en imaginar un doble Dupin — el creador, y el analítico.

No se debe suponer, de lo que acabo de decir, que estoy detallando un misterio ó valorizando[1] alguna novela. Lo que le descrito acerca del francés, era simplemente el resultado de una inteligencia excitada o acaso enferma. Pero un ejemplo hará comprender mejor el carácter de sus observaciones en esa época.

Andábamos vagando una noche, por una sucia calle, en los alrededores del Palacio Real. Estando ambos aparentemente ocupados con algún pensamiento, nin-

  1. Se recordarà que Poe escribía para Revistas, donde comúnmente pagan por línea