guno había hablado una palabra durante un cuarto de hora, cuando menos. De repente, Dupin interrumpió el silencio.
— Es un jovencito, dijo, esa es la verdad, y estaria mejor en el Théâtre des Variétés.
— No puede haber duda en eso, repliqué inconscientemente y sin observar al principio (tan absorto estaba en mis reflexiones), la extraordinaria manera con que mi interlocutor había concordado con mi meditación. Un instante después, entré en mí mismo, y mi sorpresa fué profunda.
— Dupin, dije gravemente, no puedo comprender esto. No vacilo en decir que estoy aturdido y que puedo apenas creer en mis sentidos. ¿Cómo es posible que Vd. pudiera conocer que estaba pensando en...?
Aquí me detuve, para confirmarme en si realmente conocia mi pensamiento.
— En Chantilly, dijo ¿para qué se detiene? Observaba Vd. que la pequeña figura de ese hombre le hace impropio para la tragedia.
Esto era precisamente lo que habia formado el fondo de mis reflexiones. Chantilly era un ex-zapatero de viejo de la calle Saint-Denis, que tenía furia por el teatro y se había arriesgado en el rol de Jerjes, en la tragedia de Crebilloh, habiendo sido públicamente satirizado en cambio de sus afanes.
— Dígame Vd, ¡por el amor de Dios! exclamé, el método — si hay método — por el que ha podido Vd. sondear mi alma en este asunto. A la verdad, estaba más sorprendido de lo que hubiera querido expresar.
— Fué el frutero, replicó mi amigo, quien llevó á Vd. á la conclusión de que el remendón de suelas no