ésta, ahora. Vd. no ha hecho nada que debiera ser ocultado—nada, ciertamente, que le haga culpable. No se puede acusar á Vd. ni siquiera de robo, habiendo podido robar con impunidad. Vd. no tiene nada que ocultar. No hay razón de hacerlo. Por otro lado, está Vd. compelido por los principios del honor á confesar todo lo que sabe. Un hombre se halla preso, acusado del crimen cuyo perpetrador puede ser indicado por Vd.
El marinero había recobrado su presencia de ánimo, en gran parte, mientras que Dupin proferia esas palabras, pero había desaparecido su aspecto de tranquilidad.
— ¡Que Dios me ayude! dijo después de una breve pausa. Voy á decir á Vd. todo lo que sé sobre este asunto — aunque no espero que Vd. crea en la mitad de lo que diga — sería un loco si lo hiciera. Sin embargo, soy inocente, y haré una sincera confesión aunque deba morir en seguida.
Lo que nos narró, fué en sustancia lo siguiente. Había hecho ultimamente un viaje al Archipiélago Indio. Unas cuantas personas se bajaron en Borneo, con objeto de hacer una excursión, por recreo, en el interior del país. Entre ellas, iba él. Junto con otro compañero habían capturado al Orangután, Habiendo muerto ese compañero, el animal llegó á ser de su exclusiva propiedad. Después de grandes dificultades, ocasionadas por la intratable ferocidad del cautivo durante el viaje de regreso, consiguió por último alojarlo convenientemente en su propia residencia en Paris, donde para no atraer la desagradable curiosidad de los vecinos, le escondió con cuidado, durante algún tiempo, hasta que sanó de una herida