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EL MISTERIO DE MARÍA ROGÊT

que cubría al cadáver, y dice que encontró señales que le dejaron satisfecho acerca de la identidad. El público, en general, supuso que esas señales consistirían en alguna cicatriz. Frotó el brazo y encontró pelo en él — algo tan indefinido — tan poco concluyente como encontrar el brazo en la manga. El Sr. Beauvais no volvió esa noche, pero envio á decir a la señora Rogêt, el miércoles a las siete de la tarde, que se proseguía aún una investigación respecto a su hija. Si admitimos que la señora Roget por su edad y sus dolencias, no podía comparecer (lo que es admitir mucho), ciertamente debía haber alguien que pensara que valía la pena de comparecer y esperar la investigación, si creía que el cuerpo era el de María. Nadie compareció.

«Nada de lo dicho ú oído acerca del asunto de la calle Pavée Saint-Andrée, había llegado siquiera á los habitantes del edificio mismo. El Sr. St-Eustache, el amante y proyectado esposo de María, que se alojaba en casa de la madre de ésta, no había sabido del descubrimiento del cuerpo de su prometida, hasta la mañana siguiente, que el Sr. Beauvais fué á su pieza y se lo comunicó. Una noticia de tal naturaleza, sorprende verdaderamente, que fuera recibida con tanta frialdad.»


Siguiendo este camino, el diario trataba de mostrar á los parientes de María culpables de una indolencia incompatible con la suposición de que creían que el cuerpo era el de ella. Sus insinuaciones importaban esto: que María, en connivencia con sus amigos, se había ausentado por razones que envolvían un cargo