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LA CARTA ROBADA

letras más pequeñas; pero el adepto escoge, de esas palabras que se extienden en grandes caracteres, de un extremo á otro de la carta. Estas, lo mismo que los anuncios y tablillas expuestas en las calles con letras grandisimas, escapan á la observación á fuerza de ser excesivamente notables; y aquí, la física inadvertencia es precisamente análoga á la ininteligibilidad moral, por la que el intelecto permite que pasen desapercibidas esas consideraciones, que son demasiado importunas y palpablemente evidentes por sí mismas. Pero parece que éste es un punto que está algo arriba ó abajo de la comprensión del Prefecto. Nunca creyó probable ó posible, que el Ministro hubiera depositado la carta inmediatamente debajo de la nariz de todo el mundo, á fin de impedir á cualquier porción de ese mundo, que la descubriera.

«Pues cuanto más reflexionaba sobre la osada, fogosa y discernidora ingeniosidad de D***, sobre el hecho de que el documento debía haber estado siempre á mano, si intentaba usarlo con ventajoso fin; y sobre la decisiva evidencia, obtenida por el Prefecto, de que no estaba oculto dentro de los límites de sus ordinarias pesquisas, más convencido quedaba de que para ocultar aquella carta, el Ministro había recurrido al corto y sagaz expediente de no tratar de ocultarla absolutamente.

«Lleno de estas ideas, me acomodó unas gafas verdes; y una hermosa mañana, como por casualidad, entre al hotel ministerial. Encontré á D*** bostezando, extendido cuan largo era, charlando insustancialmente, como de costumbre, y pretendiendo estar en la última extremidad de fastidio. Sin embargo, es uno de los