apetito hice honor á tantos y tan buenos manjares.
La conversación, entre tanto, era animada y general. Las damas, según su costumbre, hablaban mucho. Pronto eché de ver que la sociedad estaba compuesta casi enteramente de gentes bien educadas, y que mi huésped por si solo era un tesoro de alegres anécdotas y chascarrillos. Parecía muy dispuesto á hablar de su posición de director de una casa de locos; y con gran sorpresa mía, la misma locura se convirtió en el tema favorito de todos los concurrentes.
— En otro tiempo tuvimos aqui un mozo — dijo un señor pequeño y rechoncho sentado á mi derecha — que se creia ser una tetera; y sea dicho de paso, ¿no es una cosa bien extraña que esta manía particular sea muy frecuente en los locos? Acaso no hay en toda Francia un solo manicomio que no cuente con alguna tetera humana. Nuestro quidám era una tetera de fabricación inglesa y tenía cuidado de limpiarse todas las mañanas con una piel de gamuza y yeso-mate.
— Después, añadió otro señor alto sentado enfrente, tuvimos un individuo á quien se le había metido en la cabeza que era un asno,— lo que, metafóricamente hablando, dirán Vds., era perfectamente exacto. Era un enferino muy fastidioso y nos costaba gran trabajo impedir que traspasase todos los limites. Durante largo tiempo no quiso comer mas que cardos borriqueros; pero pronto le curamos de esta idea insistiendo para que comiese otra cosa. Continuamente estaba ocupado en dar coces con los talones..... así, miren Vds... así...
— ¡Señor Kock, mucho le agradecería á Vd. que se contuviese!—interrumpió una dama que estaba sentada al lado del orador. Guarde Vd. para sí, si le