¡Hurra! gritemos á voz en cuello,
Que nos ha dado una más copiosa
Vendimia de sangre
Que todo el vino que puede producir la Siria.»
— ¿Oye Vd. esa banda de cornetas?
— Si, ¡el rey llega! ¡Vea Vd.! ¡El pueblo está lleno de admiración, y levanta sus ojos al cielo con respetuoso enternecimiento! ¡Ya llega! ¡Ya llega! ¡Halo allí!
— ¿Quién? ¿dónde? ¿el rey? — No le veo; juro á Vd. que no le veo.
— Pues es preciso estar ciego.
— Es posible que lo esté. La verdad es que sólo veo una multitud tumultuosa de idiotas y locos que se apresuran á prosternarse delante da un gigantesco camaleopardo, y que se matan por poder depositar un beso en la pezuña del animal. ¡Vea Vd.! La bestia acaba justamente de atropellar fuertemente á uno del populacho; ¡ah! otro ahora, y otro, y otro. En verdad, no puedo menos de admirar al animal por el excelente uso que hace de sus pies.
— ¿Populacho, decís? ¡pues son los nobles y libres ciudadanos de Epidafne! — ¿La bestia, habéis dicho?
— ¡Tenga cuidado que nadie le oiga! ¿No ve que el animal tiene cara de hombre? Amigo mío, ese camaleopardo no es otro que el rey Antioco Epifanes, Antioco el Ilustre, rey de Siria, y el más poderoso de todos los autócratas de Oriente. Verdad es que á veces se le llama Antioco Epimanes, ó el Loco, pero es porque no todo el mundo puede apreciar su mérito. Es cierto que por el momento está encerrado en la