Por último, mis sueños fueron interrumpidos por un grito como de horror y desmayo; y en seguida, después de una pausa, resonaron voces turbadas, á las que se mezclaban sordos gemidos de angustia y de dolor. Me levanté de mi asiento, y empujando una de las puertas de la biblioLeca, vi de pie en la antecámara á una sirvienta, que bañada en lágrimas, me dijo que Berenice ya no existía. Había sido atacada de la epilepsia por la mañana temprano, y entonces, al cerrar la noche, la sepultura estaba pronta para el huésped y todos los preparativos del entierro estaban concluídos.
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Me encontré sentado en la biblioteca, y de nuevo sentado solo. Parecía que hubiese despertado recientemente de algún confuso y excitante sueño. Conocí que era entonces media noche, y estaba bien seguro que, después de entrado el sol, había sido enterrada Berenice. Pero de lo que había pasado en ese lúgubre período, no tenía un recuerdo bien positivo, un conocimiento definido. Sin embargo, su memoria estaba repleta de horror — horror más horrible porque era vago, y terror más terrible por su ambigüedad. Era una página siniestra en los anales de mi existencia, escrita toda con recuerdos oscuros, horrorosos é ininteligibles. Me esforzaba por descifrarlos, pero en vano; muy á menudo, y como si fuera el alma de un sonido extinguido, me zumbaba en los oídos un grito agudo · y penetrante, una voz de mujer. Yo había hecho una cosa; ¿qué era? Me hacía la pregunta en alta voz, y el eco me contestaba como cuchicheando: ¿Qué era?