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Sí, mi padre.

¡Ah! ¿De qué le acusas?

De homicidio, Sócrates.

De homicidio, ¡por Hércules! Hé aquí una acusacion que está fuera del alcance del pueblo, que no comprenderá jamás que pueda ser justa, en términos que un hombre ordinario tendria mucha dificultad en sostenerla. Un hecho semejante estaba reservado para un hombre que ha llegado á la cima de la sabiduría.

Sí, ¡por Hércules! á la cima de la sabiduría.

¡Es alguno de tus parientes á quien tu padre ha dado muerte? Indudablemente debe ser así, porque por un extraño no habias de acusar á tu padre.

¡Qué absurdo, Sócrates, creer que en esta materia haya diferencia entre un pariente y un extraño! Lo que es preciso tener presente es si el que ha dado la muerte lo ha hecho justa ó injustamente. Si es justamente, es preciso dejarle en paz; pero si es injustamente, tú estás obligado á perseguirle, cualquiera que sea la amistad ó parentesco que haya entre vosotros. Sería hacerte cómplice de su crímen si mantuvieras relaciones con él y no pidieras su castigo, que es el único que puede absolver á ambos. Mas voy á ponerte al corriente del hecho que motiva la acusacion. El muerto era uno de nuestros colonos que llevaba una de nuestras heredades cuando habitábamos en Naxos.

Un dia, que habia bebido con exceso, se remontó y encarnizó tan furiosamente contra uno de nuestros esclavos, que le mató. Mi padre ató de piés y manos al colono, le