bres; porque no conozco mayor ventaja para un jóven, que tener un amante virtuoso; ni para un amante, que el amar un objeto virtuoso. Nacimiento, honores, riqueza, nada puede como el Amor inspirar al hombre lo que ne cesita para vivir honradamente; quiero decir, la vergüenza del mal y la emulacion del bien. Sin estas dos cosas es imposible que un particular ó un Estado haga nunca nada bello ni grande. Me atrevo á decir que si un hombre, que ama, hubiese cometido una mala accion ó sufrido un ultraje sin rechazarlo, más vergüenza le causaria presentarse ante la persona que ama, que ante su padre, su pariente, ó ante cualquiera otro. Vemos que lo mismo sucede con el que es amado, porque nunca se presenta tan confundido como cuando su amante le coge en alguna falta. De manera que si, por una especie de encantamiento, un Estado ó un ejército pudieran componerse de amantes y de amados, no habria pueblo que llevase más allá el horror al vicio y la emulacion por la virtud. Hombres unidos de este modo, aunque en corto número, podrian en cierta manera vencer al mundo entero; porque, si hay alguno de quien un amante no querria ser visto en el acto de desertar de las filas ó arrojar las armas, es la persona que ama; y preferiria morir mil veces antes que abandonar á la persona amada viéndola en peligro y sin prestarla socorro; porque no hay hombre tan cobarde á quien el Amor no inspire el mayor valor y no le haga semejante á un héroe. Lo que dice Homero[1] de que inspiran los dioses audacia á ciertos guerreros, puede decirse con más razon del Amor que de ninguno de los demás dioses. Sólo los amantes saben morir el uno por el otro. Y no sólo hombres sino las mismas mujeres han dado su vida por salvar á los que amaban. La Grecia ha visto un brillante ejemplo en Alceste, hija de Pe-
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Apariencia