tantos bienes? Nadie nos lo ha dado á conocer. Y sin embargo, la única manera debida de alabarle es explicar la naturaleza del asunto de que se trata, y desenvolver los efectos que ella produce. Por lo tanto, para alabar al Amor, es preciso decir lo que es el Amor, y hablar en seguida de sus beneficios. Digo, pues, que de todos los dioses, el Amor, si puede decirse sin ofensa, es el más dichoso, porque es el más bello y el mejor. Es el más bello, Fedro, porque, en primer lugar, es el más jóven de los dioses, y él mismo prueba esto, puesto que en su camino escapa siempre á la vejez, aunque ésta corre harto ligera, por lo ménos más de lo que nosotros deseariamos. El Amor la detesta naturalmente, y se aleja de ella todo lo posible, mientras que acompaña á la juventud y se complace con ella, siguiendo aquella máxima antigua muy verdadera que lo semejante se une siempre á su semejante. Estando de acuerdo con Fedro sobre todos los demás puntos, no puedo convenir con él en cuanto á que el Amor sea más anciano que Saturno y Japet. Sostengo, por el contrario, que es el más jóven de los dioses, y que siempre es jóven. Esas viejas querellas de los dioses, que nos refieren Hesiodo y Parménides, si es que son verdaderas, han tenido lugar bajo el imperio de la Necesidad, y no bajo el del Amor; porque no hubiera habido entre los dioses ni mutilaciones, ni cadenas, ni otras muchas violencias, si el Amor hubiera estado con ellos, porque la paz y la amistad los hubieran unido, como sucede al presente y desde que el Amor reina sobre ellos. Es cierto, que es jóven y además delicado; pero fué necesario un poeta, como Homero, para expresar la delicadeza de este dios. Homero dice que Ate es diosa y delicada. «Sus piés, dice, son delicados, porque no los posa nunca en tierra, sino que marcha sobre la cabeza de los hombres[1].»
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