graciado amigo contrajo relaciones con otros jóvenes de su carrera, con quienes vivió algún tiempo, desviándose luego de ellos (sin reñir, según su costumbre), por no convenir en ideas morales: acto bien laudable en joven de tan pocos años y sin duda decisivo en la conducta y felicidad de toda su vida. Establecióse entonces en un pequeño cuarto, tomando por servidor á un cursante de medicina, con quien compartía sus escasos alimentos, y teniendo por vecinos y amigos á otros jóvenes, después hombres ilustres, como el obispo de Pamplona Adriani, el regente Fuster y el general Cabanes.
En esta situación, y continuando su práctica con algún descuido, contrajo afortunadamente amistad con el acreditado y honradísimo letrado catalán D. Jaime Ferrer (tío del excelente y popular D. Juan de Safont, abad de San Pablo del Campo, tan benemérito de la instrucción pública), á quien debió saludables consejos y protección decidida. Desde aquel punto emprendió con bastante calor la práctica en el estudio de Ferrer y en la Academia de Derecho de carlos III, en la que hizo diferentes trabajos y ejercicios y desempeñó comisiones y encargos y concluídos los cuatro años prescritos, pasó a Valladolid, donde se recibió de abogado de aquella chancillería en 20 de Agosto de 1802, incorporando su grado en los Reales Consejos en 7 de Octubre inmediato.
Mas no pudiendo entrar en el colegio de Madrid por las grandes dificultades que presentaba la admisión, se dedicó á algunas agencias y trabajos en el estudio de Ferrer, adquiriendo desde entonces buenas relaciones con personas de carácter, entre ellas D. Francisco del Campo, contador de encomiendas, que le llegó á mirar como de la familia, enamorado de su buen comportamiento. Por aquel tiempo despreció la ocasión de acompañar al Marqués de Portago, embajador en Génova, y la probabilidad de obtener el consulado de España en esta ciudad. Retraíale de puestos sobrado