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Página:Obras de Aristóteles - Tomo X.djvu/24

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principalmente el lado sensible que los Eleatas habian despreciado; pero, á semejanza de éstos, apénas penetran en la cuestion ontológica. Léucipo y Demócrito admiten por principios lo lleno y lo vacío, el sér y el no-ser, y no bastándoles estos principios, introducen luégo la causa del movimiento, pero lejos de considerarla como un principio separado, le identifican con la materia. Los átomos están en un movimiento eterno, y las diversas trasformaciones del mundo no son otra cosa que el resultado de este movimiento inherente á la materia. Considerar la causa del movimiento de este modo equivale á suprimirla, ó por lo menos, no es tratar de ella de una manera científica. Estas especulaciones se parecen á las de los filósofos matemáticos del siglo XVIII, que explicaban todos los fenómenos por leyes generales, sin referir estas leyes á un principio que pudiera á su vez expli-' carlas.

La causa esencial parece haber sido vislumbrada tambien por los Atomistas. Los cuerpos, segun ellos, difieren, ya por la posicion de las partes, ya por su órden y configuracion, y estas diferencias son principios; pero sus ideas en este punto son de tal manera vagas, que es dudoso que se hayan dado á sí mismos razon del valor de estos hechos, y que se hayan elevado á la concepcion cientifica del principio formal.

Todos estos sistemas, segun se ve, han alcanzado la verdad en algun punto; han admitido algunas de las causas enunciadas por Aristóteles; pero lo han hecho de una manera tan general, tan oscura y tan incompleta, que hay motivo para decir, con Aristóteles, que han visto y no han visto la verdad. El movimiento sobre todo parece haber embarazado á los primeros filósofos. Vieron claramente que el movimiento debe tener un principio, pero preocupados, como lo estaban en su mayor parte, con el punto de vista de la materia, no sabian formarse idea de este principio. Parménides y Empedocles le reconocen verdaderamente una existencia independiente, siendo en este punto superiores á sus contemporáneos y á sus predecesores, que no le separaban de la materia. Pero ¿qué es el Amor para Parménides? ¿Qué son la Amistad y la Discordia para Empedocles? ¿En qué consiste la accion de estos principios? Ellos nada nos dicen. Satisfechos con haber encontrado una explicacion mediana, no salen de vagas generalidades, y no piensan en llevar más léjos sus indagaciones.

Anaxágoras es quizá el único de todos estos filósofos que se formó una idea clara de la causa motriz. En lugar de atribuir al azar el órden y la belleza del mundo, declaró que había en la naturaleza una inteligencia (vos), causa del orden universal; y asentó que la causa del órden era al mismo tiempo el principio de los séres y la causa que los imprime el movimiento. Esta fué una idea fecunda para la ciencia; fué, como dice Aristóteles, la aparicion de la razon misma. Pero Anaxágoras no sacó de este principio todo el partido que era posible. Admitía dos elementos; por una parte, la Inteligencia, la unidad; por otra, lo indeterminado, una sustancia sin forma, sin cualidad alguna, organizada por la Inteligencia, pero se servía poco de esta Inteli-