Página:Obras de Aristóteles - Tomo X.djvu/54

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
48

hombre es la accion, pero su accion comienza y concluye, es imperfecta, y su felicidad no puede ser completa. La verdadera felicidad sólo pertenece al sér, cuya existencia es al mismo tiempo la actualidad absoluta; sólo Dios es perfectamente dichoso, y goza de la absoluta felicidad.

Entre las sustancias sensibles, se colocan en primer término los astros, sustancias eternas é increadas, verdaderos dioses intermedios, colocados entre el sér y los séres, entre Dios y el mundo. Si se consideran los astros en sí mismos, son principios, causas finales, porque tienen un movimiento propio, en medio del movimiento uniforme del cielo, y cada uno de estos movimientos debe necesariamente referirse á un motor propio; mas, de otro lado, los astros son arrastrados en el movimiento general del cielo, y tienen un objeto á que aspirar, un fin, el motor inmóvil, el bien absoluto.

Así se explica la unidad y la diversidad del universo. Aristóteles admite, como Platon, que Dios no obra directamente sobre el mundo: él mueve los astros como objeto del amor, y lo que él mueve imprime el movimiento á todo lo demas; pero Dios no por eso deja de ser el principio de todo movimiento. La única diferencia que puede notarse entre estos dos filósofos es que para Aristóteles los astros son eternos é imperecederos por naturaleza, mientras que segun Platon nacen de la voluntad de Dios, y depende su inmortalidad de esta voluntad misma. Segun uno y otro, los astros son dioses secundarios, y desempeñan un doble papel, en cuanto son puestos en movimiento por el sér inmóvil y absoluto, á la vez que son ellos motores con relacion á los otros séres.

En cuanto al modo de accion, sea del motor primero, sea de los astros, no difiere nada: Dios es principio del movimiento en tanto que inteligible y deseable; es el bien, y aspirando hácia él es como los astros se mueven.

Siendo el bien único y absoluto, todos tienen un mismo fin, una misma causa final, y de aquí nace la unidad del mundo. Mas, por otra parte, ellos mismos son causas finales en una esfera inferior, son el objeto de otros movimientos, el bien de otros séres, y á su diversidad se debe la diversidad de los movimientos de la naturaleza. Hay en el universo una cadena continua de movimientos, que nacen todos los unos de los otros, y que todos pueden reducirse en último análisis al motor único como á su principio supremo.

No es más allá de los límites del universo donde se piensa eternamente el pensamiento divino; el Dios de Aristóteles, sirviéndonos de una expresion célebre, no es un rey solitario abismado en la nada de la absoluta existencia. Es el Dios del mundo, y el mundo entero está pendiente del motor inmóvil. El movimiento de los séres es una perpetua aspiracion hácia Dios, origen eterno del amor, único inteligible y único deseable. La naturaleza tiende con todas sus potencias al bien supremo; eternamente tiembla, si es posible emplear esta palabra, en presencia del sér amado. La armonia del mundo parte de Dios, y vuelve á Dios. Dios es el principio y el fin de todas las cosas. El mundo no es un imperio mal ordenado, no es una especie de