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Desde mi celda.

necían en tanto inmóviles cual si estuviesen encadenados por un sortilegio, y las nieblas oscuras seguían avanzando y envolviendo las peñas, en derredor de las cuales fingían mil figuras extrañas como de monstruos deformes, cocodrilos rojos y negros, bultos colosales de mujeres envueltas en paños blancos, y listas largas de vapor que, heridas por la última luz del crepúsculo, semejaban inmensas serpientes de colores.

Fija la mirada en aquel fantástico ejército de nubes que parecían correr al asalto de la peña sobre cuyo pico iba á morir la bruja, yo estaba esperando por instantes cuando se abrían sus senos para abortar á la diabólica multitud de espíritus malignos, comenzando una lucha horrible al borde del derrumbadero, entre los que estaban allí para i^ucer justicia en la bruja y los demonios que, en pago de sus muchos servicios, vinieran á ayudarla en aquel amargo trance,

— Y por fin, exclamé interrumpiendo el animado cuento de mi interlocutor, é impaciente ya por conocer el desenlace, ¿en qué acabó todo ello? ¿Mataron á la vieja? Porque yo creo que por muhos conjuros que recitara la bruja y muchas señales que usted viese en las nubes, y en cuanto le rodeaba, los espíritus malignos se mantendrían quietecitos cada cual en su agujero, sin mezclarse para nada en las cosas de la tierra. ¿No fué así?