y los ojos fijos en la tierra. Yo me creía trasportado no sé adonde; pues todo lo que veía me recordaba un paisaje cuyos contornos eran los mismos de siempre, pero cuyos colores se habían borrado, por decirlo así, no quedando de ellos sino una media tinta dudosa. La impresión que experimentaba, sólo puede compararse á la que sentimos en esos sueños en que por un fenómeno inexplicable, las cosas son y no son á la vez, y los sitios en que creemos hallarnos se trasforman en parte de una manera estrambótica é imposible.
Por último, llegué al ventorrillo: lo recordé, más por el rótulo, que aún conserva escrito con grandes letras en una de sus paredes, que por nada; pues en cuanto al caserío, se me figuró que hasta había cambiado de formas y proporciones. Desde luego puedo asegurar que estaba mucho más ruinoso, abandonado y triste. La sombra del cementerio, que se alzaba en el fondo, parecía extenderse hacia él, envolviéndole en una oscura proyección como en un sudario. El ventero estaba solo, completamente solo. Conocí que era el mismo de hacía diez años; y lo conocí no sé por qué, pues en este tiempo había envejecido hasta el punto de aparentar un viejo decrépito y moribundo, mientras que cuando le ví no representaba apenas cincuenta años, y rebosaba salud, satisfacción y vida.
Sentéme en una de las desiertas mesas; pedí algo