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XXIV
MORALISTAS GRIEGOS.

cer al suegro, como que padecer y ejercitar su filosofía con la esposa.

El nuevo enlace hizo que Antonino acumulase las honras sobre el yerno: declaróle césar, tomóle por colega en el consulado para el año siguiente 140, dióle el mando de una centuria de caballeros romanos, dispúsole casa, destinándole para su habitación el palacio de Tiberio, y pasados cuatro años tuvieron juntos el segundo consulado de M. Aurelio, Lo que más lisonjearía el gusto de Marco sería sin duda la atención de hacerle venir de Calcis, en Siria, á un célebre estoico, por nombre Apollonio, muy alabado del discípulo, pero bien merecidamente ridiculizado por Antonino en el fanmoso dicho, que Apollonio no había puesto dificultad en hacer el viaje de Siria á Roma, y la tenía en ir á Palacio á dar lección, pretendiendo que Marco fuese á tomarla á la posada del maestro. Benéfico Antonino, pero prudente, no confirió al yerno la potestad tribunicia y autoridad proconsular, que según los romanos constituían la soberanía, hasta después de haberle experimentado por espacio de nueve años; cuando Marco había sido dos veces cónsul, estaba en los veintiséis de su edad y era ya padre de una princesa[1]. M. Aurelio era bien acreedor á esta distinción: amoldábase en todo á la voluntad de su padre, y en casi veintitrés años que vivieron juntos, solas dos noches durmió fuera de Palacio. Con esto se cerró la puerta á las envidias[1] Lucilla, que casó en primeras nupcias con Lucio Vero, y en segundas con Claudio Pompeyano, desigual en edad y nacimiento, pero de extraordinario valor y probidad.


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