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propia; mas la gente irritada no siempre es cuerda, y con que pareciese a la postre algo picado conseguía ella el éxito que anhelaba. Mas él continuaba resueltamente callado, y determinada a hacerle hablar, prosiguió así:

—Recuerdo que la primera vez que la encontramos en el condado de Hertford quedamos sorprendidos de que se la tuviera por señalada belleza; y recuerdo en particular que usted dijo una noche, después de que ella comiera en Netherfield: «¡Ella una hermosura! Lo mismo se podría llamar a su madre un ingenio. Pero después pareció mejorar a sus ojos de usted, y creo que ahora más bien la tiene usted por bonita.

—Sí—replicó Darcy, que no pudo contenerse más—; mas eso fué sólo cuando principié a conocerla; porque hace muchos meses ya que la considero como una de las más bellas mujeres que conozco.

Partió dicho eso, y la señorita de Bingley se quedó con toda la satisfacción de haberle obligado a decir lo que no apenaba sino a ella misma.

La señora de Gardiner e Isabel hablaron, mientras regresaban, de cuanto había ocurrido durante su visita, menos de lo que interesaba a las dos. Fueron discutidos el aspecto y el proceder de cada cual de los que vieron, excepto los de la persona que más les había ocupado la atención. Hablaron de su hermana, de sus amigos, de su casa, de sus frutas..., de todo menos de él mismo, aunque Isabel ansiara conocer lo que de él pensaba la señora de