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—Pero tú ves—dijo su tía—que Juana no piensa tan mal de Wickham que lo crea capaz del atentado.

—¿De quién piensa nunca mal Juana? Y ¿quién hay, cualquiera que haya sido su conducta anterior, a quien ella crea capaz de un hecho así antes de ser probado? Pero Juana sabe tan bien como yo lo que Wickham es en realidad. Ambas sabemos que ha sido un libertino en toda la extensión de la palabra, que carece de integridad y de honor, que es tan falso y engañoso como atrayente.

—¿Y crees de veras todo eso?—exclamó la señora de Gardiner, cuya curiosidad por conocer la fuente de esa creencia era tan vivísima.

—Lo creo de veras—replicó Isabel sonrojándose—. Ya te hablé el otro día de su infame conducta con el señor Darcy, y tú misma oíste la última vez en Longbourn de qué manera hablaba del hombre que con tanta indulgencia y liberalidad se había portado con él. Y aun hay otra circunstancia que no tengo libertad..., que no vale la pena de contarla; pero lo cierto es que sus embustes sobre la familia de Pemberley no tienen fin. Por lo que nos había comunicado de la señorita de Darcy estaba yo preparada a ver en ella una muchacha altiva, reservada y desagradable. La retrató al revés. Hay que reconocer que es tan amigable y sencilla como la hemos visto.

—¿Pero no sabe Lydia nada de eso? ¿Puede ignorar lo que Juana y tú parece que conocéis tan bien?