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travagante y desenfrenado cesó de pensar en él, y otros del regimiento, que la trataban con más distinción, volvieron a ser sus favoritos.


Sin inconveniente podrá creerse que, aun pudiendo añadir poco de nuevo a sus temores, esperanzas y conjeturas sobre este interesante asunto con su repetida discusión, ningún otro los pudo desviar de él durante todo el viaje; nunca estuvo ausente del pensamiento de Isabel. Fija ésta en el mismo por el más penetrante de todos los pesares, por el reproche a sí misma, no le era dado el menor intervalo de alivio o de olvido.

Viajaron tan aprisa como fué posible, y tras de dormir una noche en el camino llegaron a Longbourn a la hora de comer del día siguiente. Fué un consuelo para Isabel considerar que Juana no se habría consumido con larga espera.

Los pequeños Gardiner, atraídos por la visión de la silla de postas, esperaban de pie en las gradas de la casa cuando entraron en la cerca; y al hacer alto el coche a la puerta, la alegre sorpresa que brillaba en sus rostros y retozaba por todo su cuerpo, manifestándose en variedad de brincos y cabriolas, fué el preludio de su bienvenida.

Isabel saltó afuera, y después de dar a cada cual un presuroso beso corrió al vestíbulo, donde Juana, que descendía corriendo de la habitación de su madre, se encontró al punto con ella.