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Mientras Isabel la abrazaba con efusión, entre lágrimas de los ojos de ambas, no perdió tiempo sin preguntar si se había oído algo de los fugitivos.

—Aun no—respondió Juana—. Mas ahora que mi querido tío ha venido espero que todo irá bien.

—¿Está papá en la capital?

—Sí, se fué el martes, como te escribía.

—¿Y habéis sabido de él a menudo?

—Sólo una vez. Me puso unas pocas líneas el miércoles participando su feliz llegada y comunicándome su dirección, lo que en particular le pedí que hiciese. Sólo añadía que no volvería a escribir hasta que tuviera que contar algo importante.

—¿Y mamá, cómo está? ¿Cómo estáis todas?

—Mamá está regularmente bien, así se me figura, aunque su ánimo se encuentre muy abatido. Está arriba y tendrá gran satisfacción en veros a todos. Aun no sale de su cuarto. María y Catalina se hallan perfectamente, gracias a Dios.

—¿Y tú, cómo te encuentras?—exclamó Isabel—. Pareces pálida. ¡Cuántas cosas habrás tenido que hacer!

Mas su hermana le aseguró que se encontraba por completo bien; y su coloquio, que se había efectuado mientras los señores de Gardiner se ocupaban con sus hijos, acabó con la aproximación de toda la partida. Juana corrió hacia su tío y su tía, dándoles la bienvenida y también las gracias en medio de sonrisas y lágrimas alternadas.

Una vez todos en el salón, las preguntas ya he-