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chas por Isabel fueron repetidas por los otros, y pronto vieron que Juana no tenía noticias que dar; pero la ardiente esperanza en lo bueno sugerida por la benevolencia de su corazón no la había abandonado; aun confiaba en que todo acabase bien y en que cualquiera mañana vendría una carta, o de Lydia o de su padre, explicadora de los sucesos o anunciadora quizá del casamiento.

La señora de Bennet, a cuya habitación subieron todos tras cortos minutos de comunicación entre sí, recibiólos exactamente como podría esperarse: con lágrimas y lamentaciones de pesar, invectivas contra la villana conducta de Wickham y quejas de sus propios sufrimientos y mal trato; censurando a todo el mundo, salvo a la persona a cuyo indulgente y mal juicio debíanse principalmente los errores de su hija.

—Si hubiera podido—decía—realizar mi proyecto de ir a Brighton con toda mi familia no habría ocurrido eso; pero la pobre Lydia no tenía a nadie que se cuidase de ella. ¿Cómo se permitirían los Forster perderla de vista? Estoy segura de que hubo gran descuido o algo así por su parte, pues no es ella muchacha para obrar así estando bien vigilada. Siempre creí que no eran idóneos para cargar con ella; mas yo me veía dominada, como de continuo lo estoy. ¡Pobre hija querida! Y ahora Bennet se ha ido, y supongo que desafiará a Wickham dondequiera que lo encuentre, y como quedará muerto, ¿qué va a ser de nosotras? Los Collins nos echarán antes de estar él frío en el sepulcro,