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gran reflexión, poco después de sentadas a la mesa.

—Es éste el asunto más desgraciado, y probablemente se hablará mucho de él; pero hemos de sobrepujar la oleada de la malicia y derramar sobre los heridos pechos de cada uno el bálsamo del consuelo fraternal.

Al llegar aquí, notando que Isabel no tenía ganas de contestar, añadió:

—Aunque para Lydia haya de ser desdichado el suceso, podemos nosotras sacar del mismo la más provechosa lección: que la pérdida de la virtud en la mujer es irreparable; que un solo paso en falso lleva envuelta la ruina final; que su corazón es no menos quebradizo que su belleza, y nunca puede resultar demasiado circunspecta en su conducta contra las indignidades del otro sexo.

Isabel, asombrada, alzó los ojos; mas se encontró sobrado apurada para contestar. Pero María continuó consolándose con moral por el estilo extraída del peligro que veían ante sí.

Por la tarde las dos mayores de las Bennet pudieron estar a solas durante media hora, e Isabel aprovechó al instante la oportunidad para muchas preguntas que Juana tenía igual deseo de satisfacer.

Tras de unirse ambas en las lamentaciones generales sobre las terribles consecuencias del suceso, que Isabel daba en absoluto por cierto y que la otra no podía dar por imposible, la primera continuó el tema, diciendo:

—Pero cuéntame todo lo referente a ello que no