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sola línea suya. Conocíalo su familia como corresponsal muy negligente y remiso en las ocasiones comunes; pero en aquélla había esperado algún esfuerzo. Viéronse, pues, obligados a colegir que no había noticias gratas que comunicar, aunque aun de eso habrían deseado cerciorarse. El señor Gardiner sólo había aguardado esa carta antes de partir.

Cuando se fué tuvieron los demás seguridad de recibir por lo menos información constante de lo que pasaba, y el señor Gardiner les prometió influir con el señor Bennet para que regresase a Longbourn tan pronto como pudiera, para consuelo de su hermana, quien consideraba eso como la única garantía de que su marido no muriese en duelo.

La señora de Gardiner y sus hijas iban a permanecer en el condado de Hertford algunos días más, pues la primera juzgaba su presencia útil a sus sobrinas. Alternaba con éstas en la asistencia a la señora de Bennet y las servía de gran alivio en sus horas de libertad. Su otra tía visitábalas también a menudo, siempre, como decía, para levantarles el ánimo y darles bríos; pero como nunca dejaba de contarles alguna nueva muestra del desconcierto o desorden de Wickham, rara vez se marchaba sin dejarlas más descorazonadas de lo que las hallara.

Todo Meryton parecía empeñado en ennegrecer al hombre que sólo tres meses antes había semejado casi un ángel de luz. Se decía que estaba en deuda con todos los comerciantes de la plaza, y entre todos ellos se habían extendido sus trampas,