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de sus intereses había un poderoso motivo para el secreto, que se sumaba con el temor de ser descubierto por la familia de Lydia, pues se había sabido que dejara tras sí deudas de juego en considerable cantidad. El coronel Forster opinaba que serían necesarias más de mil libras para satisfacer sus gastos en Brighton. Mucho debía en la ciudad; pero sus deudas de honor eran aún más formidables. El señor Gardiner no osó ocultar esas particularidades a la familia de Longbourn. Juana las oyó con horror.

—¡Tramposo!—exclamó—; eso sí que era por completo inesperado. No tenía idea de ello.

Añadía el señor Gardiner en esa carta que podían esperar ver a su padre en casa al día siguiente, que era sábado. Desanimado por el mal éxito de sus pesquisas, había accedido a las instancias de su cuñado para volver a su familia, dejándole obrar a él mientras no se ofreciesen circunstancias a propósito para proseguir juntos sus trabajos. Cuando se le dijo esto a la señora de Bennet no expresó tanta satisfacción como sus hijas esperaban en vista de lo que fuera su ansiedad por la vida de él.

—¡Que viene a casa, y sin la pobre Lydia!—exclamó—. Seguro que no abandonará Londres hasta haberlos encontrado. ¿Quién habrá de desafiar a Wickham y hacerle casar si él regresa?

Como la señora de Gardiner deseaba ya verse en casa, convínose que fuera con sus hijas a Londres al mismo tiempo que el señor Bennet regresaba de allí. Por consiguiente, el coche de la casa