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de mi tío. ¡Oh varón generoso y bueno! Temo que se haya arruinado: una pequeña suma no podría obrar todo eso.

—No—dijo su padre—. Wickham es un loco si la acepta con un céntimo menos de diez mil libras. Sentiría pensar tan mal de él al punto que comenzamos nuestro parentesco.

—¡Diez mil libras! ¡No lo quiera el Cielo! ¿Cuándo se podría pagar la mitad de esa cantidad?

El señor Bennet no respondió, y abismados todos en sus pensamientos continuaron silenciosos hasta llegar a la casa. El padre entró en la biblioteca para escribir, y las muchachas se dirigieron al cuarto de almorzar.

—¡Y van de veras a casarse!—exclamó Isabel en cuanto se vieron solas—. ¡Qué extraño es eso! ¡Y habremos de dar gracias por ello! A pesar de lo escasa que es la probabilidad de dicha boda y lo malvado del carácter de él, será fuerza que nos regocijemos de que estén casados. ¡Oh Lydia!

—Consuélome con pensar—replicó Juana—que de seguro no se habría casado él con Lydia si no hubiera sentido verdadero interés por ella. Aunque nuestro cariñoso tío haya hecho algo por desembarazarlo, no puedo creer que haya adelantado diez mil libras, ni nada que se le parezca. Tiene ya hijos, y puede tener más. ¿Cómo ahorraría la mitad de esa suma?

—Si cupiese averiguar lo que montan las deudas de Wickham—dijo Isabel—y en cuánto dota por su parte a nuestra hermana sabríamos con exactitud