Página:Orgullo y prejuicio - Tomo II (1924).pdf/145

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
143
 

Isabel tomó del escritorio la carta, y las dos hermanas subieron a la habitación de su madre. María y Catalina estaban con la señora de Bennet, y por consiguiente el comunicarlo a una había de ser hacerlo a todas. Tras una ligera preparación para las buenas nuevas, leyóse en voz alta la carta. La señora de Bennet con dificultad pudo contenerse durante la lectura, y así, en cuanto Juana leyó las esperanzas del señor Gardiner de que Lydia se viese pronto casada estalló su gozo, y todas las frases siguientes aumentaron el mismo. Más exaltada estaba ahora por el gozo que jamás lo estuviera por la angustia y el pesar. Saber que su hija iba a verse casada era lo bastante. No se turbó con el temor de que no fuera feliz ni se consideró humillada con recuerdo ninguno de su mal proceder.

—¡Mi querida, mi querida Lydia!—exclamó—. ¡Es verdaderamente delicioso! ¡Estará casada! ¡La volveré a ver! ¡Estará casada a los diez y seis años! ¡Oh bueno y cariñoso hermano! ¡Ya sabía yo lo que había de suceder; ya sabía que se arreglaría todo! ¡Cuánto ansío verla! ¡Y también ver a Wickham! ¡Pero los vestidos, los vestidos de boda! Escribiré en derechura a mi hermano Gardiner sobre eso. Isabel, querida mía, corre a tu padre y pregúntale cuánto va a darle. Espera, espera, voy yo misma. Toca la campanilla, Catalina, para que venga Hill. Me voy a vestir en un periquete. ¡Mi querida, mi querida Lydia! ¡Qué contentas estaremos ambas cuando nos veamos!

La hermana mayor trató de moderar algo la