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ca. Si hubiera procedido así, como era debido, Lydia no necesitaría estar en deuda con su tío por cuanto en la ocasión presente se hiciera por ella, así en cuestión de honra como de crédito. La satisfacción de tentar a alguno de los más valiosos jóvenes de la Gran Bretaña a que fuese su marido hubiera estado entonces muy en su lugar.

Hallábase en extremo inquieto porque un asunto de tan escasa ventaja para cualquiera fuese llevado a cabo sólo por su cuñado, estando decidido a averiguar, si fuese posible, el importe de los auxilios de éste y satisfacerlo en cuanto estuviera a su alcance el efectuarlo.

En los comienzos del matrimonio del señor Bennet la economía fué reputada por inútil en absoluto, porque, cual era natural, había de tener un hijo varón, quien heredaría el vínculo al llegar a la edad necesaria, y la viuda y las hijas menores quedarían así aseguradas. Mas vinieron al mundo sucesivamente tres hijas, y el varón aun estaba por nacer; y aunque la señora de Bennet, tres años después del nacimiento de Lydia, tenía por seguro que aquél vendría, al fin desesperó. Pero era ya demasiado tarde: la señora de Bennet carecía de dotes de economía, y el amor de su marido a la independencia sólo había impedido que se excediese de sus ingresos.

Cinco mil libras había aseguradas en las capitulaciones matrimoniales para la señora de Bennet y sus hijas; mas de la voluntad de los padres dependía la distribución de las mismas. Por fin este pun-