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to iba a decidirse por lo tocante a Lydia, y la señora de Bennet no vaciló en acceder a lo propuesto. En términos, pues, de grato reconocimiento por la bondad de su hermano, aunque expresado todo muy concisamente, confió él al papel su completa aprobación de todo lo hecho y su voluntad de cumplir los compromisos contraídos en su nombre. Antes, jamás había supuesto que de persuadirse Wickham a casarse con su hija se hubiera realizado esto con tan escasa incomodidad para sí propio como con el arreglo actual. Diez libras anuales era a lo más lo que iba a perder al dar las cien que debía entregarles, pues entre los gastos ordinarios fijos, el dinero suelto que él le daba y los continuados regalos en metálico que le llegaban por conducto de su madre, el gasto de Lydia era muy poco menos que aquella suma.

Otra sorpresa por él bien recibida fué que todo se hiciera además con tan insignificante molestia por su parte, pues su principal deseo era siempre tener tan pocas como pudiera en sus asuntos. Pasado el primer impulso de ira, que diera como fruto su actividad en buscarla, tornó de nuevo, como era de esperar, a su habitual indolencia. Despachó pronto la carta, eso sí, porque, aunque tardo en emprender asuntos, era rápido en la ejecución de los mismos. En ella suplicaba más detalles acerca de lo que era en deber a su hermano; mas estaba sobrado resentido con Lydia para decirle a ella nada.

Las buenas nuevas se extendieron velozmente