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mana, convenían en desear que diese cuenta de su matrimonio a sus padres, insistieron con tal viveza, y hasta de modo tan razonable y dulce, en que su padre recibiese a ella y a su marido en Longbourn en cuanto se casasen, que le persuadieron a opinar con ellas y a obrar conforme a su deseo; y así, su madre tuvo la satisfacción de saber que podría presentar a la vecindad a su hija casada antes de ser ésta desterrada al Norte. En consecuencia, cuando el señor Bennet volvió a escribir a su hermano dió su permiso para que aquéllos viniesen, determinándose que en cuanto acabase la ceremonia seguirían a Longbourn. Isabel quedó no obstante sorprendida de que Wickham consintiese en semejante plan, y, a consultar sobre su propio deseo, habría concluído que el último de los suyos era encontrarse con él.


CAPITULO LI

El día de la boda de Lydia llegó, y Juana e Isabel se interesaron por ésta más probablemente que la misma por sí. Envióse el coche para que los encontrase en *** y para que vinieran en él a la hora de comer. De su llegada dieron aviso las mayores de las Bennet, y en especial Juana, quien suponía en Lydia los mismos sentimientos que a ella le habrían embargado si hubiera sido la culpable, y se hacía desgraciada pensando en lo que su hermana debía sufrir.