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casada? Temo que no; y por eso, cuando encontramos a Guillermo Goulding en su cochecito me decidí a hacérselo saber; y así, bajé el vidrio que daba a su lado, me quité el guante y dejé reposar mi mano justamente sobre el marco de la ventanilla para que aquél viese mi anillo; y entonces le saludé y me sonreí, como dándoselo a entender.

Isabel no pudo soportar eso más. Levantóse y corrió a su cuarto, no volviendo hasta haber oído que pasaban por el vestíbulo al comedor. Unióse entonces con ellos lo suficientemente pronto para ver a Lydia dirigirse con gran prosopopeya al costado derecho de su madre, diciendo a su hermana mayor:

—¡Juana, ahora ocupo yo tu puesto; tú tienes que ir más abajo, porque yo soy una mujer casada!

No había que suponer que el tiempo proporcionase a Lydia la cautela de que hasta aquí había estado tan ayuna. Ansiaba ver a la señora de Philips, a los Lucas, a todos los demás vecinos, y oírse llamar señora de Wickham por todos ellos; y por de pronto, así que comió fué a enseñar su anillo, jactándose de estar casada, a la señora Hill y a las dos criadas.

—Bien, mamá—dijo cuando todas volvieron al cuarto de almorzar—; ¿qué piensas de mi marido? ¿No es un hombre encantador? Segura estoy de que mis hermanas me envidian; sólo deseo que tengan la mitad de suerte que yo. Deben ir to-