das a Brighton: ése es el sitio para pescar maridos. ¡Qué lástima, mamá, que no vayamos allí todos!
—Muy cierto; y si yo mandase, iríamos. Pero, querida Lydia mía, no me gusta que te vayas tan lejos. ¿Es preciso?
—¡Oh Dios mío, sí!; pero no importa; me gustará aquello más que todas las cosas. Tú y papá y mis hermanas habéis de venir a vernos. Estaremos en Newcastle todo el invierno, y me atrevo a asegurar que allí habrá algunos bailes, y tendré cuidado de obtener buenas parejas para todas ellas.
—¡Oh! Eso me gustará más que nada.
—Y en aquel caso, cuando regreséis podréis dejar con nosotros a una o dos de mis hermanas; y afirmo que tendrá marido antes de terminar el invierno.
—Por mi parte te agradezco la intención—dijo Isabel—; pero no me agrada gran cosa tu sistema de pescar maridos.
Los visitantes no iban a permanecer allí sino unos diez días. Wickham había recibido su destino antes de dejar Londres y tenía que unirse con su regimiento al cabo de una quincena.
Nadie, excepto la señora de Bennet, sentía que su estancia fuera tan corta, y aquélla empleó la mayor parte del tiempo en hacer visitas con su hija y tener frecuentes reuniones en su casa. Semejantes reuniones eran gratas a todos; el evitar el círculo de la familia era todavía más apetecible a los que reflexionaban que a los que no.
El afecto de Wickham por Lydia era exacta-