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ibamos a ir juntos, y los demás nos habían de encontrar en la iglesia. Bien; pues llegó el lunes por la mañana, ¡y yo estaba con tal alboroto! ¿Sabes? ¡Temía tanto que ocurriese algo que lo echase todo a paseo y me dejase por completo fastidiada! Y durante todo el tiempo en que me vestí, allí estuvo mi tía predicándome y hablándome cual si me leyera un sermón. Mas yo no escuché la décima parte de sus palabras, porque, como puedes suponer, pensaba en mi querido Wickham. Ansiaba saber si se casaría con su traje azul.

Bien; almorzamos a las diez, como de costumbre. Yo pensaba que aquello no iba a acabar, porque has de saber además que mi tío y mi tía habían estado sumamente desagradables conmigo todo el tiempo que estuve con ellos. Créeme; no puse los pies fuera de casa en los quince días: ni una reunión, ni una excursión; ¡nada! Cierto que Londres más bien parecía desanimado; pero el Pequeño Teatro estaba abierto. Bien; pues así que llegó el coche a la puerta mi tío fué requerido para cierto asunto por aquel horrible señor Stone. Y ya sabes que cuando están juntos la cosa no tiene fin. Bien; pues como me hallaba tan temerosa, no sabía qué hacer; porque mi tío me iba a abandonar, y si llegábamos pasada la hora no nos casábamos en todo el día. Pero, felizmente, mi tío llegó a los diez minutos; salimos todos. Mas yo recordé después que si se hubiese visto él imposibilitado de ir, la boda no se habría suspendido, porque el señor Darcy podía haber hecho su papel tan bien como él mismo.