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surosa una hoja de papel, escribió una breve carta a su tía pidiéndole aclaración de lo que Lydia había soltado, si fuese compatible con el secreto que se había impuesto.

«Con facilidad comprenderás—añadía—que mi curiosidad requiere saber cómo una persona desligada de todos nosotros, y—hablando comparativamente—un extraño a nuestra familia, ha estado con vosotros en ese momento. Suplícote que me escribas al instante y que me lo hagas comprender, a no ser que por muy poderosas razones haya de permanecer en el secreto que Lydia juzga necesario; y en ese caso, habré de probar a quedar satisfecha con la ignorancia.

«No es que haya de hacerlo, sin embargo—pensó para sus adentros, y acabó su carta—; y, querida tía, si no me lo cuentas, me veré forzada a usar tretas y estratagemas para descubrirlo.»

El delicado sentido del honor que poseía Juana vedóle hablar en particular a Isabel de lo que Lydia dejara escapar. Isabel se alegró de ello, aunque resultaba así que si sus inquisiciones recibían algún éxito se vería privada de confidente.


CAPITULO LII

Isabel tuvo la satisfacción de recibir contestación a su carta tan pronto como fué posible. Apenas se vió en posesión de ella corrió al sotillo, donde era menos probable que fuese interrumpi-