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vi yo también. No estuvo todo decidido hasta el lunes, y en cuanto lo estuvo se envió el propio a Longbourn. Pero nuestro visitante se mostró muy obstinado; ten por seguro, Isabel, que la obstinación es, después de todo, el verdadero defecto de su carácter. Ha sido acusado de muchas faltas en diferentes ocasiones, pero ésa es la única verdadera. Nada habría de hacerse que no hubiera de hacerlo él mismo; aunque estoy segura—y no digo nada para que lo agradezcas, y por consiguiente no hables de ello—de que tu tío habría arreglado todo muy al instante.

»Batallaron juntos largo tiempo, que fué mucho más de lo que ni el caballero ni la señorita interesados en ello merecían. Pero al cabo tu tío se vió obligado a ceder; y en vez de permitírsele que fuera útil a su sobrina se vió reducido a tener sólo la apariencia de serlo, aunque con repugnancia; y pienso en realidad que tu carta de esta mañana le ha proporcionado gran placer, porque necesitaba dar una aclaración que le quitase sus plumas prestadas y concediera la alabanza a quien es debida. Pero, Isabel, esto no salga de ti, o a lo más de Juana.

»Supongo que sabes suficientemente bien lo que se ha hecho por ese joven. Sus deudas, que creo que montan considerablemente más de mil libras, van a ser satisfechas; otras mil fijadas para ella como adición a lo suyo propio; y el empleo de él está conseguido. Las razones por las cuales el señor Darcy debía hacer todo esto son sólo las que