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El contenido de esta carta dejó a Isabel en una agitación de espíritu en que era difícil determinar si el placer o la pena tomaban mayor parte. Probado quedaba ser ciertas las vagas e indeterminadas sospechas que su incertidumbre sobre lo que Darcy hiciera para llevar adelante el casamiento de su hermana había hecho nacer, sospechas que ella había temido alentar por referirse a esfuerzos sobrado grandes de bondad para ser probables, y que a la par temió que fuesen fundadas por la pena que consigo llevaba la obligación. Habíales él seguido de propósito a la capital y tomado sobre sí toda la molestia y mortificación inherentes a semejante busca, en la cual había sido necesaria la súplica a una mujer a quien él debía abominar, y donde se había visto constreñido a tratar, a tratar con frecuencia, a persuadir, y a la postre a sobornar, al hombre a quien más habría deseado evitar y cuyo sólo nombre era para él castigo el pronunciarlo. Todo eso lo había hecho en beneficio de una muchacha por quien no podía interesarse y a quien no podía estimar. Su corazón le decía que lo había hecho por ella misma; mas esa esperanza era reprimida por otras consideraciones, y pronto conoció que holgaba su vanidad pretendiendo explicar el hecho por su afecto hacia ella, hacia una mujer que le rechazara, afecto que, de existir, tendría que ser capaz de sobreponerse a sentimiento tan natural como el del odio al parentesco con Wickham. ¡Ser cuñado de Wickham! Todo linaje de orgullo tenía que revolverse contra