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—Así es en verdad—replicó ella con una sonrisa—; mas no se sigue de ahí que la interrupción sea mal recibida.

—Mucho sentiría que lo fuese. Nosotros siempre hemos sido buenos amigos.

—Cierto. ¿Han salido los demás?

—No lo sé. Los señores de Bennet y Lydia han ido en coche a Meryton. Y bien, querida hermana, sé por nuestros tío y tía que has estado hace poco en Pemberley.

Ella contestó con una afirmación.

—Casi te envidio el placer, y aun creo que, si eso no fuera excesivo para mí, pasaría por allí en mi viaje a Newcastle. Supongo que verías a la anciana ama de llaves. ¡Pobre Reynolds! Siempre me quiso mucho. Pero, por supuesto, no me nombraría delante de vosotros.

—Sí, lo hizo.

—¿Y qué dijo?

—Que te habías marchado al ejército y que temía que no te hubiera ido bien. De tan lejos, comprendes, las cosas se saben mal.

—Cierto—contestó él mordiéndose los labios.

Isabel creyó haberlo reducido al silencio; mas pronto dijo él:

—Me ha sorprendido ver a Darcy el mes pasado en la capital. Estuvimos juntos muchas veces. Me intriga conocer qué podía estar haciendo allá.

—Quizá preparando su matrimonio con la señorita de Bourgh—dijo Isabel—. Debe de ser raro encontrarle allí en esta estación.