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—Sin duda. ¿Le viste mientras estuvisteis en Lambton? Creo haber sabido por los Gardiner que sí.

—Sí; nos presentó a su hermana.

—¿Y te gustó ella?

—Muchísimo.

—Es verdad que he oído que ha mejorado extraordinariamente en este año o en estos dos. Cuando la vi la última vez no prometía mucho. Celebro que te gustase. Espero que le irá bien.

—Me atrevo a decir que así le irá: ha pasado la edad más difícil.

—¿Pasaste por el pueblo de Kimpton?

—No me acuerdo.

—Lo menciono porque es la morada que yo debía tener. ¡Qué sitio tan delicioso! ¡Excelente abadía! Habríame convenido desde todos los puntos de vista.

—¿Te hubiera gustado mucho componer sermones?

—Muchísimo. Lo habría considerado como parte de mis obligaciones, y pronto habría sido nulo el esfuerzo para componerlos. No debe uno quejarse; pero ten por cierto que eso habría sido a propósito para mí. La quietud, el retiro de semejante vida habrían colmado todas mis ideas de felicidad. ¡Pero no había de ser! ¿Has oído mencionar a Darcy los detalles de eso cuando estuviste en Kent?

—He oído, de testimonio que tengo por bueno, que eso se te dejó sólo condicionalmente y a voluntad del actual patrono.