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ñor..., ¿cuál es su nombre? Aquel señor alto y orgulloso.

—¡Dios mío! ¿El señor Darcy? Y así es en verdad. Bueno; cualquier amigo del señor Bingley será siempre bien venido aquí; de otro modo, habría de confesar que odio hasta la vista de ese señor.

Juana miró a Isabel con asombro e interés. No sabía sino muy poco de su encuentro en el condado de Derby, y por consiguiente comprendía el horror con que su hermana habría de verle casi por primera vez después de la carta explicatoria. Ambas hermanas estaban no poco intranquilas; cada cual sentía por la otra y, como es natural, por sí misma; mientras lo cual su madre continuaba hablando de su disgusto por Darcy y de su resolución de mostrarse con él cortés sólo por ser amigo de Bingley, sin ser escuchada por ninguna de ellas. Pero Isabel poseía noticias que le causa ban inquietud y no podían ser sospechadas por Juana, a quien jamás tuviera valor de enseñar la carta de la señora de Gardiner, como tampoco de revelarle el cambio de sus propios sentimientos hacia él. Para Juana era Darcy sólo el hombre cuyas proposiciones había Isabel rechazado y cuyos méritos rebajara ésta de tal manera; mas para Isabel, en sus adentros, era la persona a quien toda la familia era deudora del mayor de los beneficios y a quien ella misma miraba con un interés, si no tan tierno, por lo menos tan razonable y justo como el que Juana sentía por Bingley. Su asombro por venir él a Netherfield, a Longbourn, buscándola de