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nuevo voluntariamente, era casi igual al experimentado en el condado de Derby al percibir su cambio de conducta.

El color, que había desaparecido de su semblante, tornóse al medio minuto más subido, y una sonrisa de placer añadió brillo a sus ojos al pensar que el afecto y las ansias de él debían seguir iguales. Mas no quería darlo por seguro.

«Veré primero cómo se conduce—díjose—; entonces será tiempo de abrigar esperanzas.»

Sentóse al punto a trabajar, esforzándose por estar tranquila, y sin osar levantar los ojos hasta que su creciente curiosidad los dirigió al rostro de su hermana al acercarse la criada a la puerta. Juana semejaba algo más pálida que de ordinario, pero más sosegada de lo que Isabel supusiera. Al aparecer los caballeros, su color subió; mas todavía los recibió con bastante soltura y de manera así libre de síntomas de resentimiento como de inoportuna complacencia.

Isabel habló a ambos todo lo menos que la educación permitía, y se sentó de nuevo a trabajar con mayor vehemencia de la ordinaria. Sólo se aventuró a lanzar una mirada a Darcy. Este permanecía tan serio como de costumbre, y ella lo tuvo por más parecido a lo que era en el condado de Hertford que a lo que fué en Pemberley. Mas quizá en presencia de su madre no podía estar como ante sus tíos. Penosa era esa suposición, pero no improbable.

Miró también un instante a Bingley, y en ese