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corto espacio le pareció a la par complacido y embarazado. Había sido recibido por la señora de Bennet con un grado de cortesía que dejara corridas a sus dos hijas, en especial por el contraste que ofreció con la fría y ceremoniosa manera con que saludó y trataba al amigo de aquél.

En particular Isabel, que sabía cómo su madre debía a Darcy la salvación de su hija predilecta de una irremediable infamia, se ofendió y entristeció en el más penoso grado por distinción tan mal hecha como ésa.

Darcy, después de preguntar cómo estaban los señores de Gardiner, pregunta a que ella no supo satisfacer sin turbación, apenas dijo nada. No estaba sentado al lado de ella, y acaso a eso se debiera su silencio; mas no había estado así en el condado de Derby. Allí, cuando no podía hablar a ella hablaba a sus amigas; pero ahora transcurrieron varios minutos sin que se oyera el sonido de su voz; y cuando, incapaz ella de resistir los impulsos de la curiosidad, levantaba la vista hacia él, encontrábale con más frecuencia mirando a Juana que a ella, y a menudo sólo al suelo. A las claras parecía más pensativo y menos deseoso de agradar que en el último encuentro. Por eso estaba ella descontenta y enfadábase consigo misma.

«¿Podía esperar que estuviese de otro modo?—se decía—. ¿Cómo todavía ha venido aquí?»

No tenía Isabel humor de conversar con nadie sino con él, y eso apenas poseía valor para hacerlo.