Preguntóle por su hermana, mas no supo hacer más.
—Mucho tiempo ha pasado, señor Bingley, desde que se fué usted—dijo la señora Bennet.
El convino en eso al punto.
—Empezaba a temer—continuó ella—que no volviera usted más. La gente dice que proyecta usted abandonar definitivamente este país para San Miguel; mas aun confío en que no sea verdad. Han ocurrido muchísimas cosas en la vecindad desde su marcha: la señorita de Lucas está casada y establecida, y también una de mis hijas. Supongo que lo habrá oído usted; seguro que lo ha visto en los periódicos; sé que venía en el Thimes y en el Courrier, sino que no estaba puesto como debía. Decía sólo: últimamente, don Jorge Wickham con la señorita Lydia Bennet, sin mentar a su padre, ni decir dónde vivía ella, ni nada. Venía también el discurso de mi hermano Gardiner, y me maravilla cómo hizo una cosa tan desgraciada. ¿Lo vió usted?
Bingley respondió que sí, y felicitóle por ello. Isabel no osaba levantar la vista, y por eso no pudo decir qué cara puso Darcy.
—Es de veras delicioso tener una hija bien casada—siguió diciendo—; pero al propio tiempo, señor Bingley, es muy duro que se haya alejado tanto de mí. Se han ido a Newcastle, punto muy al Norte según creo, y allí han de estar no sé cuánto. El regimiento de él reside allí; porque supongo que habrá usted oído que ha dejado la milicia del con-