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—¿Y está sola? ¿La han abandonado todos sus amigos?

—La señora Annesley está con ella; los demás se han ido a pasar en Scarborough estas tres semanas.

No pudo ella pensar en nada más que decir; mas si él hubiera ansiado coloquio habría tenido mejor éxito. Permaneció a su lado, no obstante, algunos minutos en silencio, y al cabo, cuando la muchacha de referencia comenzó a cuchichear con Isabel, se marchó.

Quitado el servicio de te y puestas las mesas de juego, levantáronse todas las señoras, e Isabel creía verse pronto cerca de él, cuando todos sus proyectos vinieron a tierra al verle caer víctima de la rapacidad de su madre por los jugadores de whist: entonces perdió toda esperanza de dicha. Estuvieron confinados durante la velada a mesas diferentes, y nada tuvo ella que esperar de él, por más que los ojos de éste se movieran tan a menudo hacia donde ella estaba que uno y otro jugaban mal.

La señora de Bennet había proyectado tener a cenar a los dos caballeros de Netherfield; mas, por desgracia, pidieron su coche antes que ninguno de los demás, y no hubo lugar de detenerlos.

—Bien, niñas—dijo ella en cuanto se vieron solos—, ¿qué decís hoy? Os aseguro que, en mi sentir, todo ha estado hoy por extremo bien: la comida, tan bien presentada como cualquiera de las que he visto; el venado asado, en su punto, y todos decían que nunca vieron un anca tan gorda; la sopa, cincuenta veces mejor que la que tuvimos la se-